domingo, 30 de agosto de 2009

Sin clasificaciones

Ha dejado de llover. Son las ocho de la tarde en Chiang Mai. El agua ha limpiado el aire, y el sonido nos ha limpiado la mente. Entramos en un bar del Night Bazaar. Una barra pequeña, unas mesas de madera fuera y un billar al fondo. Música de los Rolling, camareras con vestidos muy cortos y sonrisas perennes. Nos sentamos. Llega un chico con una scooter, aparca en la puerta y entra. Saluda a todas las camareras como si se conocieran de toda la vida. Y se sienta en la barra, con su cerveza Singha. Juega con sus manos, con sus uñas. Mientras, otro hombre, mayor, llega con otra scooter. Y también saluda a todas las chicas con grandes abrazos, demasiado cálidos para ser Tailandia, quizás normales en ese bar. O en cualquier bar de esa calle. Estoy sentada en una de las mesas de madera con mis hijas. Les han regalado dos globos a cada una. La chica del vestido más corto que se abraza a uno y se abraza a otro, ha estado hinchándolos y se los ha puesto con una goma en las muñecas. 

Nos traen un zumo de sandía, un sprite y una Singha. Las niñas juegan con los globos. Y mientras, observo, y pienso. Y sonrío a las camareras. Y nos miramos y nos entendemos. Nos reconocemos. El hombre mayor, que parece ir un poco pesado, se pone a hablar con el joven. Probablemente en cinco minutos de conversación se cuentan cosas que no pueden compartir con otras personas aparentemente más cercanas. El joven va lleno de tatuajes, barba de cinco días. Ahora enseña los tatuajes a una de las camareras, tiene un brazo entero tatuado con frases, palabras, una detrás de otra... y se las lee a la chica, y ella va tirando de la piel para poder leerlas. 

Traen la comida, Tom Ka Gai, mi sopa preferida thai, y un pollo con jamón y queso para las niñas. Cenamos. Bebemos. Reímos. Ríen. Sale una mujer mayor thai de dentro de la cocina con un niño pequeño y se acercan también a la barra. 

El hombre mayor sale y cruza la calle estrecha hacia al chiringuito de masajes que hay justo enfrente. Dan masajes por 120 baths la hora, un poco más de 2 euros. Se tumba y una chica le empieza a tocar los pies. Nos quedamos más tranquilos. 

Estamos todos bien. Los niños, el de los tatuajes, las chicas de los vestidos cortos y sonrisas amplias, la mujer mayor. No hay clasificaciones, ni hay clasificados. Todo está mezclado, todo es igual.


domingo, 23 de agosto de 2009

With or without you




















Quiero ser ola, no roca


With or without you, 

con o sin, 

la w del with se roza con la w del without,

porque da igual, son lo mismo,

with, without,

con, sin,

avec, sans,

con, senza,

out out,

in in,

within, estás within...


Coloreada o blanca,

brillante o mate, 

fresca o caducada,

vibrante o plana, 

viva o muerta, 

con todo

o sin nada.

Desnuda

y blanca,

white

and white,

always white.


Quiero ser ola, no quiero ser roca


domingo, 16 de agosto de 2009

De cafés, formas, pasos y brillos

Estaba solo en una terraza. En bañador, con una taza de café en la mesa, y su mirada fija en el mar. 


No somos conscientes. No, no lo somos. 


Saboreaba el café, largo y con azúcar, como a él le gustaba. El mar estaba bravo. El cielo liso y azul, no tenía ninguna mota de polvo blanco. Las hojas de las palmeras danzaban con el viento, creando sombras con extrañas formas sobre su piel.


¿Por qué dejamos pasar los días? ¿Por qué dejamos que algunos días sean planos? ¿Por qué no los hacemos todos con formas redondeadas, ovaladas, romboidales, hexagonales? 


Varias familias pasaban por delante, la mayoría extranjeras, caminando hacia la playa. Otros, aprovechaban esos minutos de soledad e intimidad con el mar para hacer jogging o pasear por la orilla. Algunos caminaban desnudos, sólo con un bañador, otros iban equipados con camisetas, gorras, pareos, gafas de sol, ipods e incluso mochilas. Unos a paso lento, otros a paso rápido... 


Paso lento, 76 pasos por minuto y longitud de 55 centímetros, paso ligero, velocidad de 180 pasos por minuto y longitud de 83 centímetros, paso largo... Quizás estaba allí el problema, y no había seguido la velocidad correcta... ¿O había sido la distancia? Quizás había sido su macuto, demasiado pesado en muchos momentos...


Un camarero cubano con la cabeza llena de trenzas terminó de poner las sombrillas en la terraza. El no parecía llevar ningún paso, ni tampoco ningún peso. Fluía. Se movía entre las mesas con otro ritmo, ligero y sonriente, bailando sensualmente con su cuerpo entre ellas como si fueran mujeres a las que estuviera seduciendo. 


Se acercó una mujer joven con dos niños pequeños. 


--Hola Angel. ¿Cómo estás? 


El seguía ensimismado en el mar, y en el ajetreo de la gente alrededor, en la belleza de su alrededor, en la vida, en su vida.


--¿Angel? --volvió a preguntar la mujer.


-- Ah... perdona Luz, estaba distraído. ¿Cómo estáis?


-- Bien, bien, ¿qué tal estás tú? me dijeron lo que te había pasado...


-- Bien, estoy bien. Hoy es martes. Me suele dar los miércoles y los jueves. Me mareo y luego no me acuerdo de nada. 


Los niños miraban a Angel. La niña abrazada a una colchoneta de Hello Kitty, el niño agarrado a una tabla de surf. Escuchaban atentos a ese señor de gafas. Observaban sus ojos, que no se mantenían fijos, y se le iban hacia el cielo y luego hacia el mar. Y le brillaban. 

domingo, 9 de agosto de 2009

Lento



Se despertó al amanecer, con otro pulso, más lento, más ella. Oía el mar y olía a mar. Abrió los ojos y lo vio, azul y calmo, espléndido y tendido, delante de ella. Toda la casa era blanca, ella se sentía blanca... ¿En qué momento había renunciado a sentir a través de su propia vida y se había refugiado entre libros, con palabras de otros, cuerpos imaginados y vidas ajenas que sentía como propias? Se empezó a tocar, al ritmo del mar. Se iba abriendo, siguiendo el cielo, cada vez más alto, más abierto, más azul... La pequeña bruma del amanecer se difuminaba. Ella iba sintiendo pequeñas olas sobre su piel hasta que todo su cuerpo se contrajo en una última ola que la dejó todavía más calma, con su cuerpo relajado y la mente vacía.


Se lavó los dientes y se puso un bikini azul marino. Era como su segunda piel cuando estaba en esa casa, estaba descolorido y con la lycra totalmente cedida, pero se sentía libre con él, no le apretaba por ningún sitio y conocía su textura.


Adoraba esa casa, ese rincón del mundo, pequeño y anónimo, donde todo se paraba. Bajó a la playa, estaba justo delante de la casa. Y se fue metiendo poco a poco en el mar. Los pies, los tobillos... Las olas iban y venían... Un paso más. Otro paso... ¿Cuántos pasos había dado en toda su vida? ¿Cuándo había dejado de ser consciente y se había abandonado a un paso que no sentía? Abrió las manos y extendiéndolas toco el agua con la punta de sus dedos, acariciándola, y con las palmas abiertas empezó a hacer círculos sobre el mar. Se fue metiendo, lentamente, hasta que ya le cubría por la cintura y se zambulló de cabeza en él. Entera. Fue buceando, abriendo los ojos, dentro del  agua. Se quitó el bikini y se ató la braguita en una muñeca y la parte de arriba en la otra. Y comenzó a nadar a braza, abriendo sus brazos, abriendo sus piernas. Las abría y las cerraba. Inspiraba y espiraba. Pranayama. Sentía el movimiento del mar modelar su cuerpo,rozándolo sin ningún pudor ni cuidado, iba y venía, fuerte, lento, calmando su alma, abriendo todos sus huecos y llenándolos de un ritmo lento y suave. Llegó a la boya amarilla, tocó primero con las manos y luego con los pies, como mandaba la tradición, y se quedó haciendo el muerto, escuchando su respiración en el mar. Inspirar por la izquierda, retener, espirar por la derecha, volver a inspirar por la derecha, retener, espirar por la izquierda.  Nadi sodhana, respiración alterna. Ciclos, ciclos...


lunes, 3 de agosto de 2009

Olores

Olía a hospital. Desde que comenzaron aquellos calambres y empezaron a darle medicación y a venir enfermeras todos los días, ese olor se había instalado en su casa, sin tan siquiera pedir permiso para entrar, ni presentarse. No había forma de quitarlo. Todo olía a enfermedad. Abrían cada mañana las ventanas de todas las habitaciones, ponían quemadores con aceites esenciales, cocinaban con especias... Daba igual, podía mezclarse un poco, y difuminarse, durante algunos minutos, pero enseguida regresaba. Se quedaba pegado en las paredes, en las sábanas que se lavaban cada día, en los cojines de chenilla de los sofás, en los cuadros, en su pelo... Ese olor no quería irse. Igual que aquella enfermedad a la que todavía no habían podido poner un nombre, pero que cada día le dejaba más rígidas las manos y las piernas. Cada día... Cada día le costaba más levantarse. Dios dame fuerzas... Se aliaría con ella, cobijaría a su olor si hacía falta.


Estaba todavía amaneciendo, las nubes se mezclaban formando líneas rosas y blancas, finas capas malvas y azules... Miró por la ventana, y sonrió. Bendita primavera, todo florece. Observó sus manos y comenzó a recorrer con los dedos sus venas. Estaban hinchadas y moradas. Su piel, llena de pequeños bultos y de manchas marrones, que ya no eran pecas... Gracias. Con aquellas manos había sentido, había acariciado, había palpado pieles y conocido el tacto del amor, había acunado y criado, había tocado todo tipo de harinas, de frutos y de salsas, que había cocinado con aromas diferentes, había enhebrado tantos hilos... Sus venas palpitaban. Olía a primavera.