sábado, 23 de mayo de 2009

Resaca en Hong Kong


El Gobierno ha aconsejado desinfectarse las manos lo más frecuentemente posible, me dice May mientras se pone un gel en las manos en la puerta de los ascensores. Estamos en la entrada de su oficina, un edificio enorme en Lai Chi Kok, que tiene cuatro ascensores, con cuatro pantallas planas de televisión, y desde hace un mes con unos dispensadores de gel para desinfectarse las manos. Lo pruebo también, al principio parece que se te quedan las manos pegajosas, pero enseguida se evapora, y se quedan totalmente secas y se supone que cien por cien limpias. No me gusta, prefiero el agua y el jabón de toda la vida. Los botones del ascensor están forrados con plásticos y encima hay otro cartel que avisa de que cada hora, sí, cada hora, se limpian todos los botones de los ascensores. Los de fuera y los de dentro. No me lo puedo creer, intento hacer cálculos de cuántos botones puede haber en Hong Kong, cuántas casas, cuántos ascensores, cuántos botones... cuánto desinfectante...

Llegamos a la oficina, y como en todas las oficinas de Hong Kong, hace un frío del demonio, tienen el aire acondicionado a tope. Me pongo una chaqueta. Y me meto de lleno con la colección de bañadores para el verano del 2010: colores, tejidos, estampados, muestras, tijeras, celo de doble cara, cámara de fotos, folios, dibujos, boli negro... Me dejan sola, y estoy feliz, con horas por delante para hacer la colección tranquila, con una oficina enorme, con el aire acondicionado que me lo han bajado, y con una taza de té chino que no sé cómo, pero  siempre que se vacía entra alguien y me la llena... igual tienen cámaras o la taza tiene un dispositivo para que cuando se quede sin líquido dentro suene una alarma.

A las doce entran a preguntarme qué tal voy, ya es la hora de comer. Si tengo tiempo podemos comer en un restaurante que hay abajo, es un cantonés buenísimo. Sí, voy muy bien, hasta las cinco de la tarde que tengo que salir hacia el aeropuerto tengo tiempo de sobra... Y bajamos en el ascensor, con los botones forrados, y caminamos al restaurante, que está pegado al centro de oficinas. Me encantan las recepciones de estos restaurantes. Una mujer con un chisme en la oreja, el restaurante a rebosar siempre, y un plano de todas las mesas delante de ella lleno de chinchetas de colores. Nosotros como teníamos ya una mesa reservada pasamos directamente. Qué bien, una mesa en la parte del final en una esquina tranquila, fuera de todo el jaleo. Una bendición. En este restaurante tienen unos dim sum de morirse, le digo a May que pida por favor. Si, sí, claro que sí. Llevamos más de doce años trabajando juntos y tenemos confianza para decir qué nos gusta y qué no. De repente un olor horrible, muy fuerte. Judy ha abierto el sobre con la servilleta supuestamente refrescante que ponen siempre en los restaurantes, se lo pregunto, y es que ya no son refrescantes, ahora son antisépticas, vaya peste. Espero que no sea perjudicial tanto desinfectante... Nos han puesto de aperitivo unos pescaditos pequeños, y me acuerdo del anuncio de pequeñines no. Los ponen con cacahuetes. Me dicen que a muchos compradores no les gustan. A mi me gustan, me encantan, están buenísimos. Pero les explico lo de pequeñines, y me dicen, tranquila, estos son así de tamaño, pero no quiere decir que sean pequeños, son adultos. Ah, bueno, si son adultos me los como sin remordimiento de conciencia... Empiezan a traer platos. Me gustan mucho las comidas de Asia porque se comparte la comida. Y me encanta compartir, probar de todos los platos, un poco de aquí, un poco de allá, con un poco de esta salsa, o de esta otra... Es aburridísimo comerse un plato entero uno solo. Me siguen poniendo té, y mientras, doy golpecitos en la mesa con los dedos índice y medio, como manda la tradición, dando las gracias. Verduras, dim sum, gambas, sopa, spring rolls que no se parecen en nada a los de los restaurantes chinos de España, hasta la masa es diferente, es como un papel fino crujiente... Todas las mesas están vestidas, las sillas también, de una tela blanca adamascada. Las paredes enteras con cortinas rojas, siempre rojo para dar buena suerte, y una televisión en lo alto. No lo entiendo, esto de las televisiones, de verdad que no lo entiendo. Están poniendo las noticias, en Japón va a más la gripe porcina. Y empezamos a hablar de la gripe, y de cómo ahora pasa todo tan rápido en países tan dispares, en cómo puede cambiar todo de un día para otro. Hace dos meses estuve en México.. les estoy contando, y se me quedan horrorizados los tres mirando y preguntando cuándo estuve exactamente allí. Me río. Me parto de la risa. No, no os preocupéis, hace dos meses. No sé si se quedan muy tranquilos, y seguimos hablando de las medidas que han tomado en Hong Kong. Judy me comenta que es obligatorio tomar la temperatura cada mañana a los niños antes de ir al colegio, y firmarlo, sino se la toma la profesora. Cada día, cada mañana. Las noticias han terminado ya y empieza un programa de cocina. Qué risa, como en España. A la hora de comer, programa con recetas y cocina en directo, y sale el Arguiñano hongkonés haciendo algo extraño con verduras. Terminamos de comer con unos dim sum dulces rellenos de una crema de yema de huevo con algo más que están deliciosos. Y volvemos a la oficina. De camino veo que han abierto muy cerca una cafetería de Segafredo. Ummm, qué bueno, y qué bien me vendría... llevo varios días durmiendo una media de cinco horas. Entramos y pedimos dos cafés para llevar, sólo para May y para mí, Judy y Mr. Chan no toman nunca café. Hay unos italianos en una mesa comiendo unos panini… con la de cosas tan buenas que hay en Hong Kong... mamma mia... 

Subimos a la oficina, May se vuelve a desinfectar las manos...

Y lo entiendo. Ellos han vivido ya un virus, el SARS, y saben qué es. Lo han vivido en sus propias pieles, y hace sólo seis años y medio. Entiendo que tomen todas las precauciones del mundo. Estuvieron aislados, murió muchísima gente en Guangzhou y no se decía nada. En enero estuve allí... da pena, han cerrado muchísimas fábricas, y muchos sitios parecen lugares fantasmas. En el hotel que estuve durmiendo, un hotel nuevo y enorme, igual estábamos cuatro huéspedes. Estaba allí desayunando con una amiga de Hong Kong que vive y trabaja en Guangzhou entre semana, y recordaba lo que había pasado cuando brotó el SARS. En su edificio en Guangzhou murieron casi todos sus vecinos... y no se decía nada. Tardaron meses en decirlo. Les aislaron. Es normal que sean ahora tan precavidos, seguramente exageradamente precavidos, pero es lógico, es la resaca del miedo. 

1 comentario:

PHAROS dijo...

ME GUSTA LO SABES JEJEJ