domingo, 28 de diciembre de 2008

Viva la vida

Viva la vida. Es pura adrenalina. Puro entusiasmo. Pura vida. Es poner el cd de Coldplay, y sobre todo el principio, y los violines, y pfffff... me entran ganas de saltar, de reír, de bailar, de besar, de cantar… de vivir.
Y ahora, con esa canción, y siguiendo una vieja tradición que hago con una amiga mía, comienzo a escribir en una servilleta de papel de bar lo mejor del 2008 y lo que quiero para el 2009.
Y me emociono, porque está claro qué es lo que quiero. Quiero eso: vida.
Quiero: salud para todos, amor, sexo de mil formas y mil colores, picnics en la montaña y bailes locos en la cocina con las niñas, cientos de cafés tête à tête con amigos y amigas, que nature pink funcione y nature club mejore, viajar por lo menos a un sitio dónde no haya estado nunca, aprender a tocar la guitarra, escribir una novela, volver a hacer yoga, llevar a mis hijas a Asia, ir más a Bruselas a ver a Leti, ver puestas de sol en Patos con Joaquín y Lourdes, ir a Sofía a ver a Berta, reírme más, celebrar la luna llena con nuestras supercenas de full moon, seguir escribiendo y seguir con los calamitas, no enfadarme con mi padre, salir más, aprender photoshop y soltarme con el mac, decir siempre lo que quiero decir, leer más e ir al cine, comer en el sakura con Gloria, hacer escapadas al pirineo con Manuel, ir a meditar con Sue en Chiang Mai, pintar más, caminar mucho, arreglar el mundo tomando té (o copas) con Sisa, no hacer casi planes, no tomarme las cosas tan en serio, q no haya medusas para poder nadar en el mar hasta la boya, ir a conciertos, tomar caipirinhas con Chema, seguir escribiendo en el blog, escribir un cuento a Felix, hacer fiestas del pijama con las niñas, armonía con el padre de Lucía, volver a dar masajes, respirar, mirar el cielo, cocinar, ir a México con Katy…
Y que todo esto que está pasando en el mundo sirva para algo, y cambiemos, todos, por dentro, por fuera, a mejor. Siempre a mejor.

Una cena en navidades

Una mesa gigante. Cincuenta personas. Y comida, mucha comida. Vino. Vino blanco, vino tinto, cava. Aperitivos, platos. Risas y villancicos. Chistes. Conversaciones intrascendentes.

Y una mirada perdida.

Todos de la misma familia. Besos y abrazos.

Y esa mirada sigue perdida.

Se sientan alrededor de la mesa. Y así se quedan dos horas. Los platos van cambiando, las botellas se van vaciando. Y siguen allí todos sentados. Llenos y medio borrachos. Y en el fondo cansados y tristes. A Ana le gustaría estar con su novio, a Concha estar con su hijo que está pasando las navidades con su padre, a Juan estar con Pam en su casa de Londres, a Macarena estar con su familia y no con la de su marido, a David estar en casa, solo, tomándose una sopa de ajo, a Jesús le gustaría estar recorriendo con sus dedos el cuerpo de Lucía, a Natalia estar en su sofá leyendo un libro tranquilamente, a Clara estar delante de su ordenador, a Jaime estar haciendo botellón por ahí con sus amigos… Los únicos que parecen estar donde quieren estar son los niños, que ya cansados de estar tanto rato en las sillas, se han levantado y están jugando a saltar peldaños en las escaleras.

La mirada sigue perdida y en un acto de valentía, cuenta para ella misma hasta tres: uno, dos y tres, un breve pero intenso suspiro, que recoge todos los miles de suspiros de los últimos años y, mirando a todos, se levanta. No puedo más, os lo tengo que decir. Todos siguen hablando y riendo. Y María grita: por favor, escuchadme, y se echa a llorar, y todos se callan. De repente todo se ha quedado en silencio. Sólo se oyen las lágrimas de María.

Sois mi familia. Y os lo tengo que contar. Me parece ridículo que estemos todos aquí aparentando ser una familia y que en realidad no seamos más que unos desconocidos. Que todos sepamos cosas de los demás y evitemos preguntar directamente por miedo a estropear un momento que se supone que tiene que ser alegre. Es mucho más fácil no preguntar, no decir, emborracharse y dejar pasar. Pero me parece totalmente hipócrita seguir aparentando algo que no es. ¿Para qué? ¿para protegeros? ¿para protegerme?

Le iban cayendo las lágrimas. Todos seguían sentados, mirándole. Los niños que estaban jugando en las escaleras se habían quedado quietos, sentados, también mirándole.

Y entonces lo dijo.

Y se sintió libre. Por fin. Después de tantos años, después de tantas mentiras, por fin lo había dicho. Ya no se tenía que esconder. Ya no tenía que aparentar. Ya podía ser ella misma. Llamó a Claudia. Ya lo he dicho. Ya no más mentiras. Ya juntas para siempre.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Lágrimas

Una raya, dos hojas de una agenda, siete días, una semana, 168 horas. Da igual. Da igual cómo llamarlo, que palabras utilizar. Al final era tiempo, muy poco tiempo.
Arrastra las piernas, con peso en la espalda,
No hay un rumbo, no hay un destino
Todo se ha acabado
Qué es todo?
Todo
Lágrimas, lágrimas, lágrimas…
Húmedas, secas, invisibles, llenas,
Siempre ahí, no os quiero más, desapareced

Sigur Ros

Sigur Ros… No puedo escucharlo…
Porque me toca dentro, tan dentro que me duele
Pero me une, me une contigo, me une conmigo,
Me une con algo verdadero que necesito.
Te echo de menos ¿por qué tardas tanto en venir?
¿Para qué nada …? si no lo puedes compartir ¿Para qué…
Son ocupaciones, actividades… sólo distracciones…
Para no pensar en ti…
Es demasiado tiempo, ya es demasiado tiempo
¿Qué nos pasa? ¿Por qué esperar? ¿Te da miedo? A mí también… Ya me olvidé de todo…
Me olvidé de cómo son los besos, me olvidé de las caricias, me olvidé de las miradas, de los besos, los besos, los besos… ¿Cómo vivir sin ellos?
Y te espero
Te sigo esperando

lunes, 15 de diciembre de 2008

Quiero

Quiero.
¿Qué quiero? ¿Qué quieres?
No sé qué quiero. ¿Si no sabes qué quieres cómo quieres seguir viviendo?
Quiero saber qué es lo que quiero.
Quiero parar.
Quiero sentir. Quiero sentir todo, absolutamente todo, con todos mis sentidos, rozar, besar, oler, dejarme llevar por el viento.
Quiero respirar y llenar mis pulmones, mis arterias, mi cuerpo, mi cerebro… de aire fresco, de aire nuevo.
Quiero simplificar, hacer de verdad, y no por tener que hacer. Hacer mucho pero hacer poco. Hacer mucho porque sea intenso pero no vivir programada, estresada, con horarios y planes, mil planes, no. No quiero más planes. Los justos. El resto que venga. Qué llegue solo y que lo pueda salir a buscar… Pero para eso antes me tengo que vaciar…
Quiero vaciarme… y llenarme, llenarme de ti.

Amor de madre

Yo no tengo miedo a la muerte. Lo había dicho hacía justo una semana en una cena con unos amigos. No, no tenía miedo a la muerte. Y sin embargo ahora estaba allí, tendida en el suelo, sin poder moverme, con mis dos hijas dormidas en la habitación de al lado. Y solas. Sin poder pedir ayuda a nadie. Me había levantado con un dolor horrible, había ido al baño, y de pronto me encontraba tirada en el suelo, con un golpe en la cabeza y sin saber cómo me había caído o cuánto tiempo había estado sin conocimiento. Necesitaba pedir ayuda, que viniera alguien, ya. Las niñas se podían morir del susto si se despertaban y me encontraban allí tendida. Y decía, no, no y no. No me puedo morir ahora. Sí, suena muy dramático. Pero en ese momento, rezaba y pedía con todas mis fuerzas. No, ahora no. Mis hijas son muy pequeñas. No me puedo ir. Todavía no.
Pensé en Araceli, que había aguantado con un cáncer terminal más de cinco años, porque siempre estaba negociando con la muerte. Pedía sólo un poco más. Tenía tres hijas pequeñas y no las quería dejar tan pequeñas. Necesitaban una madre. Y había sobrevivido los tres meses que le dieron los médicos. Y pasaba una comunión. Y pedía, por favor, por favor, sólo un poco más, sólo hasta que pasen las siguientes navidades, o hasta el siguiente cumpleaños, o hasta que la más pequeña empezara primaria. Pero al final llegó el momento. Y por mucho que estuvieran preparados y todos lo supieran desde hace tanto tiempo, se les desgarró el corazón.
¿Cómo describir el amor de una madre? Un amor inquebrantable, que va más allá de la lógica o la razón. Un apego imposible de borrar, ni siquiera de suavizar. Un instinto de protección natural… y muchas veces sobrenatural.
Sigo en el suelo. Empiezo a mover las manos y consigo levantarme. Un sudor frío recorre todo mi cuerpo. Sólo tengo una cosa en la cabeza, llegar a la cama y coger el teléfono para llamar a mi madre. La llamo. Voy ahora mismo, me dice. Y comienzo a encontrarme mejor, estoy totalmente empapada pero ya voy recobrando todos mis sentidos. Vuelvo a llamar a mi madre. Mama, ven tranquila, ya estoy mucho mejor. Llega a casa, estoy tumbada en la cama. Las niñas se levantan al oír su voz. Abu, abu, y vienen corriendo a la cama. Estamos todas, mis hijas, mi madre y yo. Y mi abuela, que aunque ya se fue hace unos años siempre la siento a mi lado y nos sonríe desde la foto que tengo en mi habitación.
No me hace falta nada más. Sólo tenerlas a ellas, a mi lado, felices, y poder quererlas todo lo que pueda, hasta el infinito, como dice Lucía. No, todavía más que eso.
Todo es relativo. Tenemos sueños, luchas, proyectos, contradicciones, días buenos y días malos, pero de repente un día te das cuenta de lo vulnerable que es todo, de lo efímeras que son nuestras vidas. Y te paras, das gracias y como Araceli, sólo pides tiempo y salud para poder querer a las personas que quieres. Todo lo demás es secundario.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Vuelo a Shanghai

Llego a Shanghai después de once horas en un asiento economic al lado de un espécimen digno de estudio. Perfecto. Pequeño de estatura, piel bronceada, pelo cortito y canoso, y traje de chaqueta, traje de chaquetaaaa, sí, sí... en fin… negro. Con un polo negro de Polo y zapatos Sebago. Me siento en la ventanilla y él,o ello, va en pasillo. Tampoco es que tenga ganas de hablar, estoy muerta y quiero descansar, pero creo que si voy a pasar la noche pegada a otra persona por lo menos debería saludar. Hello. Pero ni hello, me responde un he algo..con la cabeza mirando al frente.. Vaya simpático… pues nada… sigo. Saco de mi bolsita unos calcetines, aunque no vaya en business, me hago mi bolsita para pasar este rato de la forma más cómoda posible. Me los pongo, son verdes, de un viaje en business de hace un montón de años de Thai. Y tengo a juego el antifaz, todo monísimo. Pero ah, mi vecino, o mi compañero de noche. Saca tres bolsitas. Una transparente inmaculada con cuatro botecitos también transparentes. Otra con una farmacia portátil, porque no sé cuántas pastillas puede llevar y otra ya no transparente de la que saca unos calcetines de color azul marino oscuro. Qué raro, tendrían que ser también de color negro… Probablemente los confundió al meterlos en su bolsa… Apenas tenemos sitio. Para quitarme los zapatos y ponerme los calcetines me las he visto y me las he deseado... pero mi compi lo hace sin despeinarse, con una seguridad aplastante y sin apenas moverse… ¿Será faquir o yogui? No, con el traje de chaqueta y alianza en la mano izquierda… no.
Saco mi libro, pero creo que ni siquiera lo abro, caigo totalmente roque. Me despierto con el ruido de los carros. Siempre tengo un sexto sentido de supervivencia que me avisa para no perderme nunca ninguna comida… Hay una azafata con una comida especial que va mirándonos y revisando fila por fila. Todos nos damos cuenta. Mi compañero está leyendo con unas gafitas pequeñas y va levantando de vez en cuando la mirada. No, no puede ser. Seguro que es para él y no dice nada. Efectivamente, al cabo de cinco minutos viene la azafata y le pregunta si había pedido una comida especial. Levanta su mirada y con el rictus rectus le contesta un yes sin thank you y sin nada, más seco que una borraja. Será gilipollas este tío.
Al cabo de media hora nos traen la comida al resto de los pasajeros, a los normales, a los no especiales... En nuestras minibandejas intentamos quitar el aluminio del plato sin manchar nada ni a nadie, sacar los cubiertos, que ya vuelven a ser metálicos y no de plástico, de la bolsita, a la vez traen las bebidas..yes, yes, wine plssss…Un vino tinto, francés, italiano, chileno o australiano, seguro que no es español, pero antes de llegar al país del vino Dinasty..pffff… horrible…Dónde están los Rioja??
El o ello ya ha terminado. No sé si era sólo menú vegetariano o era kosh o qué era… Por supuesto apenas come. Abre un poquito la ensalada, la prueba y la deja. El postre por supuesto ni lo abre. Tampoco toma vino, ni un gin tonic. Seguro que no toma nada de alcohol. Mientras tanto, cada vez que pasa la azafata con el vino, me sigue llenando mi vaso. Rictus coge su bolsita transparente de medicinas, saca dos pastillas y se las toma. ¿Qué serán? Sólo ansiolíticos, algún tipo de droga de alguna secta rictuaria secus?? No me ofrece. Bueno, no me hace falta. Con mis tres vinos y el cansancio que llevo en el cuerpo, voy a caer en un santiamén.
Me despierto, ya estamos llegando a Shanghai. Y aterrizamos. Rictus recoge todas sus bolsitas en un maletín de piel. Se pone sus Sebago y se despide con un movimiento de cabeza, sin ni tan siquiera decir un bye o un see you… Sin ni siquiera mirarme a la cara. Pobre Rictus, encerrado en su mundo cuadriculado. Me entran ganas de tirarme encima y darle un beso y mancharle la chaqueta, y despeinarle, y tirarle todos los botes a la basura y ensuciarle los zapatos… pero me contengo, sonrío y recojo mi bolsa para salir del avión.
Ya hemos llegado a Shanghai. La gran Shanghai.

La pequeña estación

La pequeña estación era el nombre de la terraza.
Se lo dijeron hace mucho tiempo. Debía de llevar abierto por lo menos ocho años, pero Luna nunca paraba, siempre pasaba de largo.
Había sido hace ya muchos años, veinte. ¿Cómo medir veinte años? ¿Cómo una eternidad? ¿Cómo un suspiro?
Apenas había subido a Jaca desde que se casó. Luego tuvo una hija, y más tarde otra. Y seguía sin subir. Porque sólo la carretera en coche, las montañas, el pirineo, la calle mayor, las calles estrechas y empedradas, los bares, ahora ya muchos de ellos con otros propietarios, con otra gente, con otras historias… las pastelerías, el olor de la catedral, los paseos, la carretera de Ainsa, su sitio preferido para comer en las Tiesas… todo, absolutamente todo, le recordaba a él.
Hace cuatro años le dijeron que se había ido de Jaca, que había vuelto a su tierra de vientos fuertes y mareas cambiantes. Se había casado. ¿Casado? Si nunca, nunca, nunca se iba a casar… Pero se casó y se fue. Y entonces, ya sin miedo a encontrárselo en cada esquina, Luna comenzó a subir otra vez.
Sabía que ya no estaba y, aun así, caminaba con sus ojos inquietos buscándole entre la gente. Jaca había sido él, sólo él, durante media vida suya. Desde que empezó a saber qué era el amor, y durante diez años de idas y venidas. Siempre él. Y ahora no se acostumbraba a subir y a ser otra. A caminar por esas calles con sus hijas y su marido. Le echaba de menos, a él, y también a ella misma, a la Luna enamorada y loca que había sido… y que en realidad seguía siendo.
Esa tarde de verano, ella estaba sola con sus hijas. Pedro se había adelantado para preparar la cena y Luna se había quedado con las niñas cogiendo moras en la última parte del camino de Santiago antes de entrar en Jaca. Habían estado todo el día por la Garcipollera, caminando, bañándose en pozas y estaban hechas una porquería. Cogieron unas cuantas moras para preparar una tarta en casa.
Venga niñas, vámonos, es tardísimo y estoy agotada. Se subieron al coche y pasaron por allí. La pequeña estación. Otra vez pasaba de largo. Se veía incapaz de parar y de mirar a la cara al íntimo amigo de John. Él era parte de esa Jaca del pasado, de esa Luna que tanto añoraba, de esos sentimientos que no habían desaparecido, que seguían allí, dentro de ella, tan dentro y tan suyos que los podía modelar, y mover, cambiar de sitio, pero no borrar. No, nunca los había podido borrar. Había aprendido a taparlos, a disimularlos… para poder seguir viviendo, para poder seguir levantándose cada día .
Pero esta vez paró. Se tomaría una caña y se iría. Igual no había nadie conocido. Era una hora un poco rara, la terraza estaba vacía. Se sentó en una de las mesas que había fuera y las niñas enseguida se fueron a jugar a unos columpios que había al lado. A los cinco minutos, sintió que alguien le miraba por la derecha. Era Tito, el gran amigo de John. La última vez que lo vio era un surfero de veinte años. Ahora era un hombre. Tenía canas, arrugas que marcaban la intensidad con la que había vivido durante estos últimos años.
- ¡Luna! cuánto tiempo… estás igual… ¿Cómo estás?
-Hola Tito… bien… estoy bien. Tú también estás igual. Madre mía cuántos años han pasado ¿verdad?
- Sí, muchos… - Los dos se habían quedado quietos, uno enfrente del otro. No sabían qué decirse, probablemente sus vidas ya estaban demasiado alejadas de la época que habían compartido.
Tito señaló a las niñas que jugaban al lado, y le preguntó- ¿Estas princesas son tuyas?-
-Sí – y Luna ya no dijo nada más. No le salían las palabras. No sabía dónde estaba.
- Voy a meter todo esto en las cámaras. Te veo en un rato- dijo Tito.
Y se fue. Y Luna no se atrevió a preguntarle por John. Si seguía viviendo en el mismo sitio. Si era feliz.
Pidió la cuenta a un camarero. Y trajo un plato con el ticket y una postal de La pequeña estación con los conciertos del verano y algo manuscrito en la parte de detrás. Su pulso se disparó, las orejas le ardían. El pecho le subía y bajaba precipitadamente, al ritmo de una respiración fuera de sentido, fuera de la realidad, fuera del presente.
Las niñas seguían jugando en los columpios. Ella lloraba y releía las palabras que le había escrito Tito: “John se separó. Ahora vive en París. Su tel es: 331 43455565. Siempre te quiso.”