domingo, 28 de diciembre de 2008

Viva la vida

Viva la vida. Es pura adrenalina. Puro entusiasmo. Pura vida. Es poner el cd de Coldplay, y sobre todo el principio, y los violines, y pfffff... me entran ganas de saltar, de reír, de bailar, de besar, de cantar… de vivir.
Y ahora, con esa canción, y siguiendo una vieja tradición que hago con una amiga mía, comienzo a escribir en una servilleta de papel de bar lo mejor del 2008 y lo que quiero para el 2009.
Y me emociono, porque está claro qué es lo que quiero. Quiero eso: vida.
Quiero: salud para todos, amor, sexo de mil formas y mil colores, picnics en la montaña y bailes locos en la cocina con las niñas, cientos de cafés tête à tête con amigos y amigas, que nature pink funcione y nature club mejore, viajar por lo menos a un sitio dónde no haya estado nunca, aprender a tocar la guitarra, escribir una novela, volver a hacer yoga, llevar a mis hijas a Asia, ir más a Bruselas a ver a Leti, ver puestas de sol en Patos con Joaquín y Lourdes, ir a Sofía a ver a Berta, reírme más, celebrar la luna llena con nuestras supercenas de full moon, seguir escribiendo y seguir con los calamitas, no enfadarme con mi padre, salir más, aprender photoshop y soltarme con el mac, decir siempre lo que quiero decir, leer más e ir al cine, comer en el sakura con Gloria, hacer escapadas al pirineo con Manuel, ir a meditar con Sue en Chiang Mai, pintar más, caminar mucho, arreglar el mundo tomando té (o copas) con Sisa, no hacer casi planes, no tomarme las cosas tan en serio, q no haya medusas para poder nadar en el mar hasta la boya, ir a conciertos, tomar caipirinhas con Chema, seguir escribiendo en el blog, escribir un cuento a Felix, hacer fiestas del pijama con las niñas, armonía con el padre de Lucía, volver a dar masajes, respirar, mirar el cielo, cocinar, ir a México con Katy…
Y que todo esto que está pasando en el mundo sirva para algo, y cambiemos, todos, por dentro, por fuera, a mejor. Siempre a mejor.

Una cena en navidades

Una mesa gigante. Cincuenta personas. Y comida, mucha comida. Vino. Vino blanco, vino tinto, cava. Aperitivos, platos. Risas y villancicos. Chistes. Conversaciones intrascendentes.

Y una mirada perdida.

Todos de la misma familia. Besos y abrazos.

Y esa mirada sigue perdida.

Se sientan alrededor de la mesa. Y así se quedan dos horas. Los platos van cambiando, las botellas se van vaciando. Y siguen allí todos sentados. Llenos y medio borrachos. Y en el fondo cansados y tristes. A Ana le gustaría estar con su novio, a Concha estar con su hijo que está pasando las navidades con su padre, a Juan estar con Pam en su casa de Londres, a Macarena estar con su familia y no con la de su marido, a David estar en casa, solo, tomándose una sopa de ajo, a Jesús le gustaría estar recorriendo con sus dedos el cuerpo de Lucía, a Natalia estar en su sofá leyendo un libro tranquilamente, a Clara estar delante de su ordenador, a Jaime estar haciendo botellón por ahí con sus amigos… Los únicos que parecen estar donde quieren estar son los niños, que ya cansados de estar tanto rato en las sillas, se han levantado y están jugando a saltar peldaños en las escaleras.

La mirada sigue perdida y en un acto de valentía, cuenta para ella misma hasta tres: uno, dos y tres, un breve pero intenso suspiro, que recoge todos los miles de suspiros de los últimos años y, mirando a todos, se levanta. No puedo más, os lo tengo que decir. Todos siguen hablando y riendo. Y María grita: por favor, escuchadme, y se echa a llorar, y todos se callan. De repente todo se ha quedado en silencio. Sólo se oyen las lágrimas de María.

Sois mi familia. Y os lo tengo que contar. Me parece ridículo que estemos todos aquí aparentando ser una familia y que en realidad no seamos más que unos desconocidos. Que todos sepamos cosas de los demás y evitemos preguntar directamente por miedo a estropear un momento que se supone que tiene que ser alegre. Es mucho más fácil no preguntar, no decir, emborracharse y dejar pasar. Pero me parece totalmente hipócrita seguir aparentando algo que no es. ¿Para qué? ¿para protegeros? ¿para protegerme?

Le iban cayendo las lágrimas. Todos seguían sentados, mirándole. Los niños que estaban jugando en las escaleras se habían quedado quietos, sentados, también mirándole.

Y entonces lo dijo.

Y se sintió libre. Por fin. Después de tantos años, después de tantas mentiras, por fin lo había dicho. Ya no se tenía que esconder. Ya no tenía que aparentar. Ya podía ser ella misma. Llamó a Claudia. Ya lo he dicho. Ya no más mentiras. Ya juntas para siempre.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Lágrimas

Una raya, dos hojas de una agenda, siete días, una semana, 168 horas. Da igual. Da igual cómo llamarlo, que palabras utilizar. Al final era tiempo, muy poco tiempo.
Arrastra las piernas, con peso en la espalda,
No hay un rumbo, no hay un destino
Todo se ha acabado
Qué es todo?
Todo
Lágrimas, lágrimas, lágrimas…
Húmedas, secas, invisibles, llenas,
Siempre ahí, no os quiero más, desapareced

Sigur Ros

Sigur Ros… No puedo escucharlo…
Porque me toca dentro, tan dentro que me duele
Pero me une, me une contigo, me une conmigo,
Me une con algo verdadero que necesito.
Te echo de menos ¿por qué tardas tanto en venir?
¿Para qué nada …? si no lo puedes compartir ¿Para qué…
Son ocupaciones, actividades… sólo distracciones…
Para no pensar en ti…
Es demasiado tiempo, ya es demasiado tiempo
¿Qué nos pasa? ¿Por qué esperar? ¿Te da miedo? A mí también… Ya me olvidé de todo…
Me olvidé de cómo son los besos, me olvidé de las caricias, me olvidé de las miradas, de los besos, los besos, los besos… ¿Cómo vivir sin ellos?
Y te espero
Te sigo esperando

lunes, 15 de diciembre de 2008

Quiero

Quiero.
¿Qué quiero? ¿Qué quieres?
No sé qué quiero. ¿Si no sabes qué quieres cómo quieres seguir viviendo?
Quiero saber qué es lo que quiero.
Quiero parar.
Quiero sentir. Quiero sentir todo, absolutamente todo, con todos mis sentidos, rozar, besar, oler, dejarme llevar por el viento.
Quiero respirar y llenar mis pulmones, mis arterias, mi cuerpo, mi cerebro… de aire fresco, de aire nuevo.
Quiero simplificar, hacer de verdad, y no por tener que hacer. Hacer mucho pero hacer poco. Hacer mucho porque sea intenso pero no vivir programada, estresada, con horarios y planes, mil planes, no. No quiero más planes. Los justos. El resto que venga. Qué llegue solo y que lo pueda salir a buscar… Pero para eso antes me tengo que vaciar…
Quiero vaciarme… y llenarme, llenarme de ti.

Amor de madre

Yo no tengo miedo a la muerte. Lo había dicho hacía justo una semana en una cena con unos amigos. No, no tenía miedo a la muerte. Y sin embargo ahora estaba allí, tendida en el suelo, sin poder moverme, con mis dos hijas dormidas en la habitación de al lado. Y solas. Sin poder pedir ayuda a nadie. Me había levantado con un dolor horrible, había ido al baño, y de pronto me encontraba tirada en el suelo, con un golpe en la cabeza y sin saber cómo me había caído o cuánto tiempo había estado sin conocimiento. Necesitaba pedir ayuda, que viniera alguien, ya. Las niñas se podían morir del susto si se despertaban y me encontraban allí tendida. Y decía, no, no y no. No me puedo morir ahora. Sí, suena muy dramático. Pero en ese momento, rezaba y pedía con todas mis fuerzas. No, ahora no. Mis hijas son muy pequeñas. No me puedo ir. Todavía no.
Pensé en Araceli, que había aguantado con un cáncer terminal más de cinco años, porque siempre estaba negociando con la muerte. Pedía sólo un poco más. Tenía tres hijas pequeñas y no las quería dejar tan pequeñas. Necesitaban una madre. Y había sobrevivido los tres meses que le dieron los médicos. Y pasaba una comunión. Y pedía, por favor, por favor, sólo un poco más, sólo hasta que pasen las siguientes navidades, o hasta el siguiente cumpleaños, o hasta que la más pequeña empezara primaria. Pero al final llegó el momento. Y por mucho que estuvieran preparados y todos lo supieran desde hace tanto tiempo, se les desgarró el corazón.
¿Cómo describir el amor de una madre? Un amor inquebrantable, que va más allá de la lógica o la razón. Un apego imposible de borrar, ni siquiera de suavizar. Un instinto de protección natural… y muchas veces sobrenatural.
Sigo en el suelo. Empiezo a mover las manos y consigo levantarme. Un sudor frío recorre todo mi cuerpo. Sólo tengo una cosa en la cabeza, llegar a la cama y coger el teléfono para llamar a mi madre. La llamo. Voy ahora mismo, me dice. Y comienzo a encontrarme mejor, estoy totalmente empapada pero ya voy recobrando todos mis sentidos. Vuelvo a llamar a mi madre. Mama, ven tranquila, ya estoy mucho mejor. Llega a casa, estoy tumbada en la cama. Las niñas se levantan al oír su voz. Abu, abu, y vienen corriendo a la cama. Estamos todas, mis hijas, mi madre y yo. Y mi abuela, que aunque ya se fue hace unos años siempre la siento a mi lado y nos sonríe desde la foto que tengo en mi habitación.
No me hace falta nada más. Sólo tenerlas a ellas, a mi lado, felices, y poder quererlas todo lo que pueda, hasta el infinito, como dice Lucía. No, todavía más que eso.
Todo es relativo. Tenemos sueños, luchas, proyectos, contradicciones, días buenos y días malos, pero de repente un día te das cuenta de lo vulnerable que es todo, de lo efímeras que son nuestras vidas. Y te paras, das gracias y como Araceli, sólo pides tiempo y salud para poder querer a las personas que quieres. Todo lo demás es secundario.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Vuelo a Shanghai

Llego a Shanghai después de once horas en un asiento economic al lado de un espécimen digno de estudio. Perfecto. Pequeño de estatura, piel bronceada, pelo cortito y canoso, y traje de chaqueta, traje de chaquetaaaa, sí, sí... en fin… negro. Con un polo negro de Polo y zapatos Sebago. Me siento en la ventanilla y él,o ello, va en pasillo. Tampoco es que tenga ganas de hablar, estoy muerta y quiero descansar, pero creo que si voy a pasar la noche pegada a otra persona por lo menos debería saludar. Hello. Pero ni hello, me responde un he algo..con la cabeza mirando al frente.. Vaya simpático… pues nada… sigo. Saco de mi bolsita unos calcetines, aunque no vaya en business, me hago mi bolsita para pasar este rato de la forma más cómoda posible. Me los pongo, son verdes, de un viaje en business de hace un montón de años de Thai. Y tengo a juego el antifaz, todo monísimo. Pero ah, mi vecino, o mi compañero de noche. Saca tres bolsitas. Una transparente inmaculada con cuatro botecitos también transparentes. Otra con una farmacia portátil, porque no sé cuántas pastillas puede llevar y otra ya no transparente de la que saca unos calcetines de color azul marino oscuro. Qué raro, tendrían que ser también de color negro… Probablemente los confundió al meterlos en su bolsa… Apenas tenemos sitio. Para quitarme los zapatos y ponerme los calcetines me las he visto y me las he deseado... pero mi compi lo hace sin despeinarse, con una seguridad aplastante y sin apenas moverse… ¿Será faquir o yogui? No, con el traje de chaqueta y alianza en la mano izquierda… no.
Saco mi libro, pero creo que ni siquiera lo abro, caigo totalmente roque. Me despierto con el ruido de los carros. Siempre tengo un sexto sentido de supervivencia que me avisa para no perderme nunca ninguna comida… Hay una azafata con una comida especial que va mirándonos y revisando fila por fila. Todos nos damos cuenta. Mi compañero está leyendo con unas gafitas pequeñas y va levantando de vez en cuando la mirada. No, no puede ser. Seguro que es para él y no dice nada. Efectivamente, al cabo de cinco minutos viene la azafata y le pregunta si había pedido una comida especial. Levanta su mirada y con el rictus rectus le contesta un yes sin thank you y sin nada, más seco que una borraja. Será gilipollas este tío.
Al cabo de media hora nos traen la comida al resto de los pasajeros, a los normales, a los no especiales... En nuestras minibandejas intentamos quitar el aluminio del plato sin manchar nada ni a nadie, sacar los cubiertos, que ya vuelven a ser metálicos y no de plástico, de la bolsita, a la vez traen las bebidas..yes, yes, wine plssss…Un vino tinto, francés, italiano, chileno o australiano, seguro que no es español, pero antes de llegar al país del vino Dinasty..pffff… horrible…Dónde están los Rioja??
El o ello ya ha terminado. No sé si era sólo menú vegetariano o era kosh o qué era… Por supuesto apenas come. Abre un poquito la ensalada, la prueba y la deja. El postre por supuesto ni lo abre. Tampoco toma vino, ni un gin tonic. Seguro que no toma nada de alcohol. Mientras tanto, cada vez que pasa la azafata con el vino, me sigue llenando mi vaso. Rictus coge su bolsita transparente de medicinas, saca dos pastillas y se las toma. ¿Qué serán? Sólo ansiolíticos, algún tipo de droga de alguna secta rictuaria secus?? No me ofrece. Bueno, no me hace falta. Con mis tres vinos y el cansancio que llevo en el cuerpo, voy a caer en un santiamén.
Me despierto, ya estamos llegando a Shanghai. Y aterrizamos. Rictus recoge todas sus bolsitas en un maletín de piel. Se pone sus Sebago y se despide con un movimiento de cabeza, sin ni tan siquiera decir un bye o un see you… Sin ni siquiera mirarme a la cara. Pobre Rictus, encerrado en su mundo cuadriculado. Me entran ganas de tirarme encima y darle un beso y mancharle la chaqueta, y despeinarle, y tirarle todos los botes a la basura y ensuciarle los zapatos… pero me contengo, sonrío y recojo mi bolsa para salir del avión.
Ya hemos llegado a Shanghai. La gran Shanghai.

La pequeña estación

La pequeña estación era el nombre de la terraza.
Se lo dijeron hace mucho tiempo. Debía de llevar abierto por lo menos ocho años, pero Luna nunca paraba, siempre pasaba de largo.
Había sido hace ya muchos años, veinte. ¿Cómo medir veinte años? ¿Cómo una eternidad? ¿Cómo un suspiro?
Apenas había subido a Jaca desde que se casó. Luego tuvo una hija, y más tarde otra. Y seguía sin subir. Porque sólo la carretera en coche, las montañas, el pirineo, la calle mayor, las calles estrechas y empedradas, los bares, ahora ya muchos de ellos con otros propietarios, con otra gente, con otras historias… las pastelerías, el olor de la catedral, los paseos, la carretera de Ainsa, su sitio preferido para comer en las Tiesas… todo, absolutamente todo, le recordaba a él.
Hace cuatro años le dijeron que se había ido de Jaca, que había vuelto a su tierra de vientos fuertes y mareas cambiantes. Se había casado. ¿Casado? Si nunca, nunca, nunca se iba a casar… Pero se casó y se fue. Y entonces, ya sin miedo a encontrárselo en cada esquina, Luna comenzó a subir otra vez.
Sabía que ya no estaba y, aun así, caminaba con sus ojos inquietos buscándole entre la gente. Jaca había sido él, sólo él, durante media vida suya. Desde que empezó a saber qué era el amor, y durante diez años de idas y venidas. Siempre él. Y ahora no se acostumbraba a subir y a ser otra. A caminar por esas calles con sus hijas y su marido. Le echaba de menos, a él, y también a ella misma, a la Luna enamorada y loca que había sido… y que en realidad seguía siendo.
Esa tarde de verano, ella estaba sola con sus hijas. Pedro se había adelantado para preparar la cena y Luna se había quedado con las niñas cogiendo moras en la última parte del camino de Santiago antes de entrar en Jaca. Habían estado todo el día por la Garcipollera, caminando, bañándose en pozas y estaban hechas una porquería. Cogieron unas cuantas moras para preparar una tarta en casa.
Venga niñas, vámonos, es tardísimo y estoy agotada. Se subieron al coche y pasaron por allí. La pequeña estación. Otra vez pasaba de largo. Se veía incapaz de parar y de mirar a la cara al íntimo amigo de John. Él era parte de esa Jaca del pasado, de esa Luna que tanto añoraba, de esos sentimientos que no habían desaparecido, que seguían allí, dentro de ella, tan dentro y tan suyos que los podía modelar, y mover, cambiar de sitio, pero no borrar. No, nunca los había podido borrar. Había aprendido a taparlos, a disimularlos… para poder seguir viviendo, para poder seguir levantándose cada día .
Pero esta vez paró. Se tomaría una caña y se iría. Igual no había nadie conocido. Era una hora un poco rara, la terraza estaba vacía. Se sentó en una de las mesas que había fuera y las niñas enseguida se fueron a jugar a unos columpios que había al lado. A los cinco minutos, sintió que alguien le miraba por la derecha. Era Tito, el gran amigo de John. La última vez que lo vio era un surfero de veinte años. Ahora era un hombre. Tenía canas, arrugas que marcaban la intensidad con la que había vivido durante estos últimos años.
- ¡Luna! cuánto tiempo… estás igual… ¿Cómo estás?
-Hola Tito… bien… estoy bien. Tú también estás igual. Madre mía cuántos años han pasado ¿verdad?
- Sí, muchos… - Los dos se habían quedado quietos, uno enfrente del otro. No sabían qué decirse, probablemente sus vidas ya estaban demasiado alejadas de la época que habían compartido.
Tito señaló a las niñas que jugaban al lado, y le preguntó- ¿Estas princesas son tuyas?-
-Sí – y Luna ya no dijo nada más. No le salían las palabras. No sabía dónde estaba.
- Voy a meter todo esto en las cámaras. Te veo en un rato- dijo Tito.
Y se fue. Y Luna no se atrevió a preguntarle por John. Si seguía viviendo en el mismo sitio. Si era feliz.
Pidió la cuenta a un camarero. Y trajo un plato con el ticket y una postal de La pequeña estación con los conciertos del verano y algo manuscrito en la parte de detrás. Su pulso se disparó, las orejas le ardían. El pecho le subía y bajaba precipitadamente, al ritmo de una respiración fuera de sentido, fuera de la realidad, fuera del presente.
Las niñas seguían jugando en los columpios. Ella lloraba y releía las palabras que le había escrito Tito: “John se separó. Ahora vive en París. Su tel es: 331 43455565. Siempre te quiso.”

domingo, 30 de noviembre de 2008

Manos

Había perdido todo, la esperanza, la fe. Todo. Se había perdido incluso a ella misma.
Le invitaron a una exposición de una pintora peruana, una tal Lourdes Vargas. No le apetecía nada, pero al final su amigo Mario la convenció para salir de su escondite. Se puso unos vaqueros y una camisa larga, y después de recogerse el pelo con una pinza, se maquilló con un poco de rímel y colorete, para intentar aparentar que todo iba bien. Para intentar iluminar un rostro que se había quedado blanco y pálido después del pánico que había sentido en los últimos días.
Llegó puntual. Había mucha gente, pero no conocía a nadie. Por fin, después de diez minutos que se le hicieron eternos, apareció Mario y la besó en la frente, con dulzura. Era un beso tierno, muy tierno, como el que se da a un niño para tranquilizarle después de haber tenido una pesadilla. Pero Nuck seguía dentro de esa pesadilla. Estaba muy seria, rígida. Cogieron una copa de vino y empezaron a ver la exposición. Se sentía observada. Había algo en esa sala... Otra vez… Algo que tenía mucha fuerza. No quería pensar. Sólo pensarlo le hacía sentirse otra vez perdida, aterrada y con ganas de salir corriendo a su casa a refugiarse en su cama, debajo de la colcha, con sus pastillas y dormir, dormir y dormir. Era la única salvación posible. Pero sí, era sin duda la misma fuerza, la misma sensación con la que había empezado otras veces durante los últimos meses. Todo había empezado después de conocer a ese extraño hombre en el desierto de Siria. Hay algo que tienes que hacer aquí, algo muy importante, le había dicho, tienes que ayudarles. Todos los que la acompañaban en el viaje se lo tomaron a risa pero ella sabía que hablaba en serio. Sabía que su vida iba a cambiar. Y lo había hecho. Pero no, no podía vivir de esa forma, no. Prefería morir.
Y esa presencia, de nuevo. Esa fuerza, tirando de ella, para que se diera la vuelta. Apretó con todas sus fuerzas la copa de vino y manteniendo la respiración se volvió. Había un óleo precioso, de dimensiones desorbitadas. Fuxia y naranja. Era como una mano gigante, y más manos, un punto, un infinito, una mirada. Y sí, allí estaban ellos. Volvían, la reclamaban, no sabían cómo salir de allí, la necesitaban. Los sentía. Se acercó más y más. Una madre, una hija. Todos lloraban. Todos sufrían. Querían salir de allí pero no sabían cómo.
Lourdes se volvió. Miró su cuadro. Su mano. Ahora había más manos. Eran unas manos distintas a las que ella había pintado.

El traje

Iba a la oficina como todos los días, enfundado en su traje gris. Era un traje gris de chaqueta. El típico de marca. Uno más. Qué más da. El traje no nos va a decir nada más sobre él. Porque igual que ese traje había al menos cien más en el edificio donde trabajaba. Pero se creía afortunado y con clase, por llevar ese traje, por poder comprarse un traje que todo el mundo sabía que costaba más de lo que muchas personas ganaban en un mes. Le gustaba. Ponérselo por la mañana y mirarse en el espejo, y ensayar gestos y posturas, para deslumbrar, si todavía podía más, a la gente o gentuza con la que se cruzaba. Porque él vivía en otro mundo, sí, él pertenecía a otra clase, a otro nivel más alto. Y los que estaban por debajo eran eso, gentuza.
Iba a la oficina, tomaba café, hablaba con sus compañeros sobre la economía del país, sobre la situación de la bolsa, hablaban en cifras millonarias, de miles de millones, como si todos aquellos millones estuvieran en su cartera y como si hablar de eso con soltura fuera el pase para una butaca de patio en primera fila. Sí, si no te sabías todos esos millones de memoria no podías acceder a esa primera fila. Después de recitar todas las cifras del día, volvía a su mesa. Y sólo veía trajes. Más trajes que demostraban que habían seguido el buen camino y que por ello habían sido recompensados. A las dos se iba a comer con su mujer o con algún cliente y sobre las tres o tres y media volvía a su despacho a ordenar sus papeles. Más números, más cifras. Por la tarde volvía a casa caminando. Pero ni siquiera miraba a su alrededor. Iba de nuevo hermético en su traje, en sus pensamientos, en “sus millones” y en lo que tenía que hacer para seguir llevando ese traje. Así pues, nunca vio al vagabundo que se ponía día tras día en la puerta de su oficina. Ni siquiera tenía tiempo para reparar en algo así. Y menos en mirarle. No, por Dios. ¿Para qué?
Un día, a las siete y media, que era la hora a la que cada día salía de trabajar, se dio cuenta de que había perdido un botón del traje. Maldición. Entró de nuevo al edificio, volvió a salir, volvió a entrar, miró en su despacho, inspeccionando cada milímetro del suelo. Y cuando por cuarta vez salió a la calle, examinando el suelo en búsqueda del botón, dio con un zapato sucio, carcomido y sin suela, que soltaba una peste inmunda. Levantó la mirada y le vio, por primera vez, a pesar de que llevaba más de tres años en el mismo sitio. Y allí estaba su botón. Y, sin ni siquiera mirarle a la cara, se agachó, y conteniendo la respiración, cogió su botón y se fue, por la misma calle, en la misma dirección que todos los días, hacia su casa.
El vagabundo se levantó y subiéndose en un banco de la calle comenzó a gritar a todas las personas que por allí pasaban: “¡Oh, bestias insensibles! ¡Despojaos de vuestras vestiduras, de vuestros disfraces. Volved a ser humanos. Regresad a la risa, a la mirada, al amor. Comprended y vivid en la compasión. Desnudaos, sí, desnudaos todos, ya, ahora, de una vez por todas y para siempre. Vayamos todos desnudos a nuestro reencuentro. Salid de esa vanidad que os tiene aprisionados y vivid en libertad. Acoged a vuestros semejantes…”
No pudo acabar. Un policía, que llevaba un traje, otro tipo de traje, lo detuvo y se lo llevó a comisaría.
El vagabundo seguía hablando dentro del coche. “Te castigo por tu vanidad. Te castigo por andar inmerso en ti. Te castigo por tu falta de humanidad. A partir de ahora y para siempre vivirás muerto. Y morirás muerto. Porque semejante escoria andante no merece ni siquiera un gramo de compasión ni de caridad… “
Y así pasó. El vagabundo volvió a la puerta de la oficina, porque ya no existían los manicomios. Y nuestro protagonista volvió a casa con su traje y su botón. Y siguió viviendo como siempre había vivido, muerto. Con su traje.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Buscando

Siempre tendrás una excusa. Ahora son tus hijas, otro día será el trabajo, el día de mañana tus padres. Siempre la tendrás. Yo sólo te digo que es el mejor regalo que te puedes hacer en la vida. Y que estás en un momento perfecto para hacerlo. Acabas de dejar tu trabajo, en dos días estarás enganchada con otro y ya no te podrás ir un mes. Hazlo ahora.
Era mitad de octubre y volvíamos de una excursión en piragua por el delta del Ebro. Ya no me pude quitar el camino de Santiago de la cabeza en todo el día. Por la noche llamé a mi madre y se lo comenté, pero no me dijo absolutamente nada. Probablemente porque sabía que ya había decidido hacerlo.

**************************************************

Me llama Sue por skype
--¿Qué haces? ¿Te vienes a Chiang Mai por fin?
Nos habíamos conocido en una feria en Dubai. Nuestros stands estaban uno enfrente del otro. Ella estaba con su empresa en el pabellón de Tailandia y yo con mi hermano en el de España. Y desde el principio conectamos.
Era una mujer tranquila, suave, cariñosa. Vendían una especie de mandalas que hacían con una pasta de papel. La mezclaban con plantas para darles color y con unas pinzas y un palito iban rellenándolos. Sue se sentaba cada mañana en el stand, se ponía sus gafitas y, con esa calma que parece que sea exclusiva de los orientales, cogía la pinza, el palo, los colores, y poco a poco iba dando forma a aquellos mandalas.
Me encantaba verla. Empecé a hacerlos yo también a escondidas en nuestro stand. Al final de la feria intercambiamos tarjetas, teléfonos personales y direcciones de skype y quedamos en ir a verles un día. Keep in touch, yes, keep in touch. Sabíamos que nos volveríamos a ver pronto.
Tenía millas y un upgrading con Thai que me vencían a final de año, así que decido utilizarlos e ir a Chiang Mai. Después de catorce años yendo a Tailandia nunca he estado allí.
--Si, Sue. Decidido. Me voy una semana. Todavía estoy pensando si ir directamente a Chiang Mai o parar en Bangkok algún día. Creo que iré toda la semana allí.
--Genial. Vente aquí, a nuestra casa.
--No, gracias, Sue. Prefiero estar a mi aire, de verdad. Me reservo un hotel cerca de tu casa.

´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´

Nunca más. Nunca más. Nunca más.
¿Cuántas veces lo he dicho? ¿Y por qué otra vez, y otra y otra?… No. Se acabó. Esta vez de verdad. ¿Por qué tenemos que luchar contra nosotros mismos? ¿Por qué? Equilibrio. ¿Por qué se empeña todo el mundo en hablar de equilibrio? ¿Qué hay en la naturaleza que esté en equilibrio? Nada. Son estaciones, está todo verde, luego amarillo, naranja, vacío... y otra vez. Los animales. No, también ellos tienen ciclos. Por qué no respetamos nuestros ciclos y en lugar de luchar contra ellos en pro de ese falso equilibrio continuo, no seguimos nuestra intuición y vamos viviendo nuestras propias estaciones. Somos multidimensionales, multisensoriales, multi... pero no. Nos obligan a ser unidimensionales. ¿Por qué?

>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>


Domingo por la mañana.
Katy, la gata de una amiga que vino a pasar unos días y que creo que se va a quedar en mi casa por siempre jamás, como diría Peter Pan, me está lamiendo la cara. Katy, por favor, déjame tranquila. Quiero dormir. Necesito dormir.
Pero a los dos minutos noto una minilengua acariciando mi brazo. Katy, lárgate ya. Te he dicho que me dejes tranquila un poco.
¿Cuántas copas me tomé anoche? Tampoco fueron tantas. Había dos chicos colombianos que las preparaban de muerte. Buenísimas. Habría que invitarlos a todas las fiestas. Aunque seguramente lo que me mató fue el tequila. Pero me tenía que beber uno. Cada vez que lo tomo es como si me transportara a México, y me siento viva y feliz. Estoy enamorada de ese país, dónde hombres y mujeres se emborrachan y cantan y lloran con los mariachis sin ningún pudor. Están vivos. Pues sí, seguramente fue el tequila. Vale Katy, tú has ganado, me levanto.
Ana sigue dormida. Gusi está con su padre.
Peter sigue dormido.
Abro el ordenador. Sólo hay dos mensajes. Hablo un rato con Rajesh por el Messenger.
Voy al baño. Paso por la habitación de las niñas. Ana sigue dormida. Mejor, así puedo arreglarme tranquila. Me meto en la ducha. Y caigo en la cuenta de que es domingo 18 de mayo. Mierda. Domingo 18 de mayo, vuelo 7893 Madrid-Marrakech. Y no voy a ir. Lo voy a perder por tercera vez en mi vida. Bueno, think possitive, las cosas pasan por algo. Seguramente ni era el momento para hacerlo, ni era la compañía adecuada.
Y viene a mi cabeza la dedicatoria que me puso Antonio Gala en un libro y que tantas veces recuerdo: "0jalá tengas y des siempre la mejor compañía". Pues sí, efectivamente, no es el momento de ir a Marrakech. Ni voy a ser una buena compañía ni voy a tenerla.

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::


--Tienes un buen corazón. ¿Qué es lo que quieres saber? ¿Qué quieres?
--Quiero encontrar mi camino.
Me está tocando el hombro y me mira con unos ojos llenos de compasión y de amor. No le conozco de nada. Pero no hace falta. Sé que me comprende.
--¿Y tú? --le pregunto--, ¿dónde vives? ¿Aquí en la calle?
--Soy un vagabundo --me responde con una gran sonrisa, y le envidio, y le entiendo. Y sigue hablándome
--Eres espiritual y no encuentras tu camino porque no te sientes dentro de este mundo. Yo me salí.
--Yo no puedo, no puedo salirme.

Silencio Blanco

Está jarreando. Lo oigo. Lo huelo. Lo siento. En cada poro de mi piel, en el aire que me entra por la nariz y que llena todo mi cuerpo. Ese aire que me va limpiando por dentro, ese ruido, esa lluvia, que detiene mi mente, que la deja quieta. Y mientras, fuera, el agua lo inunda todo y ahoga en su estruendo las últimas esperanzas de salvación.
Me levanto de la cama. Son ya las nueve de la noche. Una siesta demasiado larga. Pero cuando todas las neuronas de tu cabeza se ponen de acuerdo para hablar a la vez... es mejor dormir, dormir y hacerlas callar, descansar.
Voy al baño. No se oyen ruidos. Leo debe de estar dormido, o trabajando en su despacho o simplemente fuera. Quién sabe. Últimamente ya ni le pregunto.
Me estoy lavando los dientes y noto una mano en la cintura.
--No me toques.
--No te voy a tocar.
--He dicho que no me toques --le digo apartándole la mano de mi cintura.
Estoy cabreada, joder, no se da cuenta. Sí, ha empezado todo por una chorrada. Pero ésta ha sido la última discusión. Estoy harta de ponerme de mala leche por esas chorradas. De que encima me haga sentirme culpable. Somos incompatibles, está claro. Aunque no lo somos en todo.
Él sigue insistiendo... con su mirada... con su presencia... con esa energía que hemos tenido desde la primera vez que nos vimos. Quizá está allí el problema, o la solución… o qué sé yo… ya no entiendo nada.
Me empieza a poner más nerviosa. Sigo con los ojos medio cerrados todavía, descalza. En bragas y con una camiseta de tirantes blanca, intento que mis pezones se relajen, que se aplanen, pero no hay forma, y siguen firmes y desafiantes, no me escuchan. Y me intento mantener de espaldas a él, para que no se dé cuenta de que aunque mi cabeza lucha por olvidarle, mi cuerpo se muere por rozarse con su piel.
-- Cenamos en casa, ¿no? --me pregunta sin ningún tono, sin ninguna emoción, sin nada... son sólo palabras, ya no queda nada más.
--Sí. No me apetece salir. Haré una pasta y ya está.
Pongo agua a hervir. Me agacho a coger una tabla de madera del armario y empiezo a cortar la cebolla. La pongo en una sartén. Luego, el ajo. Sigo de espaldas, pero noto su mirada fija en mí, esa corriente... Sigue allí, apoyado en la puerta, observando. Cojo los tomates, redondos, rojos, y los empiezo a cortar con precisión, como si cada corte tuviera que ser perfecto, como si cada trozo tuviera que quedar simétrico al anterior, intentando mantener un orden fuera que oculte el caos que siento en este momento dentro de mí.
--¿Claudia?
--Si Leo, ¿qué quieres?
--Nada… da igual…
Me vuelvo y le miró a los ojos, y enseguida huyo de ellos. Da igual, esta situación no tiene remedio.
Sigue diluviando. Esta noche no hay tregua.
Saco un espagueti de la olla con la cuchara de madera y lo pongo encima del mármol. Me lo llevo a la boca. Está al dente, perfecto. Retiro la olla del fuego y echo la pasta en un escurridor.
Pongo todos los tomates cortados en una fuente y los sazono. Pimienta negra. Siempre pimienta negra en todo. Con las manos lo revuelvo y pruebo uno. Siempre con las manos. El sabor es distinto.
--Leo, te importaría ir poniendo la mesa
--Sí, ahora …
Termino con la pasta y salgo al salón. Hay velas por todos los sitios, ha llenado todo de luces tenues y de sombras, de naranjas y de fuxias. Se oye la lluvia fuerte golpeando contra los cristales.
Ha abierto la botella especial de chianti que compramos en la Toscana.
Dos sillas. Una frente a la otra.
--Claudia, hay algo que te quiero decir...
--Sí, lo sé. Dame un minuto que me visto.
Me pongo simplemente una camisa larga por encima. No quiero que pase nada. No quiero que piense nada. Sólo quiero cenar y desaparecer. Ya está. Se acabó.
El está sentado en la silla. Sirve vino en las dos copas y me da una.
--Se ha acabado, brindemos por nosotros.
--Sí, lo sé – Y brindo. Y no sé si echarme a reír, a llorar… o qué hacer. Lo sabíamos los dos. Lo dijimos. Sería la última. No más. Ya no.
Me caen dos mechones en la cara, pero no me los aparto. Me protegen. Son mi refugio. Él conoce demasiado bien mis ojos y sabe cómo adentrarse en mí a través de ellos. No, no le dejaré. Esta vez no.
Le sirvo espaguetis. Y empezamos a comer.
Ha puesto música de fondo, mi cd preferido de Portishead, pero apenas se oye con el ruido de la lluvia.
No hablamos. ¿Para qué? Estoy a punto de preguntarle por qué nos tuvimos que conocer, por qué cree que nos ha pasado lo que nos ha pasado, si alguna vez hemos estado enamorados o sólo ha sido esa atracción salvaje lo que nos ha mantenido unidos.. Todas las preguntas van pasando por mi mente sin control... pero me quedo callada. En silencio.

De repente Leo me mira, me atraviesa con sus ojos y siento un escalofrío recorrer todo mi cuerpo.
Se levanta y desaparece. Permanezco inmóvil. No tengo hambre. Sigo bebiendo. Sigo luchando contra mí misma.
Oigo un martillazo y me giro. Está clavando unos ganchos en la pared. Y le grito:
--¿Te has vuelto loco? ¿se puede saber qué estás haciendo?
Pero no me escucha. Y otro martillazo, y otro y otro.
Se acerca por detrás y me susurra:
--Se ha acabado pero hay algo que tenemos que hacer antes de separarnos. Era tu fantasía preferida. Ahora sí lo podemos hacer. Ya no tenemos nada que perder --me besa en el cuello y me levanta de la silla. Me arranca la camisa india que llevo puesta y la camiseta... y las bragas… y el alma… porque sé qué significa. Sigo inmóvil. No sé qué hacer. No quiero pero sí quiero. No quiero pensar…
Ya no oigo la lluvia.
Coge el foulard del sofá y me venda los ojos. No le veo, pero le siento. Siento su calor, sus manos anudando mis muñecas a la pared. Su aliento.
Sin cruzar una palabra. No hacen falta. Sobran las palabras. Me separa las piernas y me ata los tobillos a la pared.
Una pared blanca. Grande. No hay cuadros. No hay nada.

Portishead. Roads.

Ohh, can't anybody see
We've got a war to fight
Never found our way
Regardless of what they say
How can it feel, this wrong
From this moment
How can it feel, this wrong

Se ha ido

Se ha ido. Y ya está. Ya ha terminado su vida. Al menos la vida aquí, la que nosotros conocemos. Y de pronto ya no está. Y pienso en ella. En la vida tan dura que ha tenido. Pienso en los momentos que habrá tenido felices, muy pocos. Pienso en todos aquellos otros momentos en los que se habrá sentido tan sola. Su marido murió cuando era muy joven y los niños demasiado pequeños. No se volvió a casar. Ni nunca más tuvo un novio. Ni un amigo. Ni una amiga. No volvió a estar con nadie. Siempre sola luchando para sacar a sus hijos adelante. Y sus hijos salieron adelante. Pero ella no. Ella se quedó ahí. Siempre luchando y con cierta amargura al final hacia lo que le había dado la vida.
Y ahora ya no está.
Y pienso ¿por qué? ¿para qué?
Pensamos que vamos a estar aquí siempre. Qué tenemos tiempo. Ese es el gran error, creer que tenemos tiempo.
Y me veo reflejada en ella. También intentando sacar a mis hijas adelante. Pero no quiero hacerlo de la misma forma. No quiero renunciar a mi vida como lo hizo ella. Dicen que nuestra generación es mucho más egoísta. No lo sé. Somos distintos. Todos somos distintos.
Me llaman unos amigos para salir a cenar. No me apetece mucho, pero digo que sí. Necesito desconectar un poco. Me pongo unos vaqueros y una camiseta. Paso de arreglarme. Hemos quedado en una crêperie nueva que se ha puesto muy de moda. Llego allí y me siento fuera de lugar. Hombres, mujeres, hombres que parecen mujeres, hombres totalmente masculinos, mujeres que parecen niñas, y mujeres más masculinas, todos, todas, perfectos, estéticamente, aparentemente, perfectos. Camisetas ajustadas, pechos redondos y duros, culos firmes , cabellos brillantes, pieles bronceadas y tersas, labios gruesos, largas pestañas llenas de rímel, movimientos estudiados, sonrisas ya ensayadas..
Se ríen. A mí no me apetece reírme. Me quedo callada. Sigo ensimismada observando a todos esos cuerpos perfectos…y preguntándome cuáles serán sus sentimientos más profundos cuando se quiten todo y se metan en la cama y se encuentren con ellos mismos.
¿Qué te pasa? ¿estás bien?, me pregunta una amiga, estás como ida, triste. Pues sí, joder, claro que estoy ida y claro que estoy triste. Pero le contesto suavemente: si, sólo estoy cansada. Así no tengo que dar más explicaciones.
Ceno mi pasta. Charlamos un rato. Y me voy. Ajena a ese mundo. Pensando en mi abuela. En que la echo de menos. En lo lejos que estuvo ella siempre de todo eso. En que tiene que haber más gente con otras inquietudes. En qué no sé dónde se mete esa gente. En que me apetece tomarme una copa, pero no en ese sitio ni menos con esos entes perfectos y vacíos. En que no sé hace ya cuantos meses que no me acuesto con nadie. En que es una tontería vivir sin intentar al menos expresarnos como somos, como sentimos, por miedo a ser juzgados o rechazados.
Me meto en la cama. Estoy cansada.
Y sueño con ella. Está contenta. Por fin descansa.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Bravo

Aplausos.
Bravo, bravo, bravo… Lo has conseguido. Otro día más, como casi todos.
Has dejado a tus hijos en el colegio, has ido a la oficina, has comido, has trabajado más, has hecho la compra, has llegado a recoger a tus hijos, has hecho los deberes, has hecho la cena y los has acostado…. y finalmente, te has ido a la cama… como ayer… como mañana.
Y sigues estando allí, entera.
O sigue estando allí un cuerpo… porque ya no eres más tú…
Pero, ¿dónde estás tú? ¿dónde? ¿dónde te has metido? Ya no te veo, ya no te reconozco. ¿Dónde olvidaste tus sueños revolucionarios? ¿ y tu pasión? ¿tu frescor? ¿tu sonrisa? ¿tu aliento? ¿tu valentía?
Has muerto. Has sucumbido. Has caído. Has seguido al rebaño… pero tú no eras de ese rebaño.
Te confundiste. Te resignaste.
Y ahora quieres salir, quieres volver, quieres gritar.
Pero olvidaste como se hacía. Tu lengua se quedó seca.
Quieres volar, pero tus alas ya no se abren. Se quedaron oxidadas.
Y aún así al final logras salir, queda algo todavía dentro, muy dentro de ti, algo todavía puro y virgen, que te da fuerza… y saltas…
… Y vuelves a estar al borde del abismo.
Pero por lo menos eres tú y estás viva,Y dejas de ser un cuerpo inerte y sin vida

Pensemos

Piensas demasiado.
Y pienso ¿por qué siempre me dicen que pienso demasiado? y ¿qué problema hay en pensar demasiado?
Pensar, no pensar, pensar en positivo, pensar en negativo. Pero siempre pensar.
Camina, camina, camina… como decía Krishnamurti… camina, y sigue caminando…
Pensamiento: producto que la mente puede generar incluyendo actividades del intelecto o abstracciones de la imaginación. Abstractos, racionales, creativos, artísticos…
Tenemos una media de pensamientos al día. Entonces si hay una media… ¿Es real esta media? ¿Cómo se puede saber? Si somos tan distintos unos a otros…
Y muchos pensamientos los repetimos una y otra vez…
Entonces, ¿qué hacemos?
Meditar, caminar, dormir, beber, drogarnos… morir, para no pensar.
¿Cuál es el problema?
Cuando una persona vive sola en una montaña o va caminando sin ninguna responsabilidad, entonces a lo mejor puede prescindir de pensar.
Pero si tienes hijos, una familia, una casa, inquietudes, falta de tiempo para hacer todo lo que quieres hacer… ¿Cómo hacerlo sin pensar?
Reivindico el pensamiento. Hay que pensar. Somos seres pensantes. Pensemos. Reflexionemos. Sobre nosotros. En nuestro interior. Sobre nuestra vida. Si estamos realmente donde queremos estar y con quién queremos estar. Y si nos damos cuenta de que no estamos allí, hagamos lo necesario para cambiar y cambiemos. Cambio , cambio. Es constante en todo y sin embargo lo rechazamos por miedo. Hay que cambiar. Hay que vivir. Hay que seguir soñando. Hay que seguir amando. Hay que seguir creyendo.

Nos tienen domesticados. Desdomestiquemosnos, recuperemos la pasión en nuestra vidas.

El sueño de Tania

-- Vente conmigo a España. Ahí tenemos trabajo, ganaremos en un mes lo que ganamos aquí en un año o año y medio.
-- No quiero dejar a mi hija.
-- Dejásela a tu madre como hacemos todas. Será sólo un tiempo y puedes dar un cambio a tu vida y darle a tu hija una educación, otra vida. Hazlo por ella.
Y se fue. Y dejó a su hija. Y dejó Nicaragua. Y llegó a España y empezó a trabajar. Pero lloraba. Lloraba por la mañana. Lloraba al mediodía. Lloraba por la noche. Lloraba en sueños. Porque echaba de menos a su hija. Echaba de menos su casa. Echaba de menos Nicaragua.
Dios, ayúdame. Tengo que volver. ¿Qué clase de Dios eres que permites este sufrimiento?, ¿qué permites que esté separada de lo que más quiero en el mundo?
Y le ofrecieron dinero para pagar su “deuda” y volver a Nicaragua. Su rostro cambió. Empezó a respirar. Empezó a sonreír.
Pero cuando su madre lo supo, se lo reprochó. No, Tania, no puedes volver. Estás allí para trabajar. Si tomaste esa decisión, ahora apechuga con ella y por lo menos vuelve con algo para sacarnos de aquí… Y Tania vuelve a caer al pozo… y no sabe qué hacer… Su corazón le dice que vuelva pero no, no puede. Se queda.
Y sigue llorando.
Trabaja en una casa cuidando unos niños que apenas conocen a sus padres.
¿Qué sentido tiene todo esto? Dejo a mi hija para cuidar a estos niños. Y los padres de estos niños los dejan conmigo para irse a trabajar y poder pagar las facturas a final de mes… y poder pagarme a mí. ¿Pero si los hijos tendrían que estar con sus padres y los padres con sus hijos? No entiendo nada. Me voy a dormir. A soñar con mi hija. A soñar que he vuelto a Nicaragua.